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  • AutorenbildMartin Mercado

COVID-19. Vulnerabilidad y responsabilidad (Primera parte)

Aktualisiert: 11. Mai 2020

 


Coronavirus y el cuerpo que nos subyace

(Segunda versión, mayo de 2020 (1))


Usted se encuentra haciendo fila para comprar alimentos en el mercado. Precisamente cuando usted está pagando a la vendedora, sin mascarilla, estornuda involuntariamente. Tras el pestañeo aparejado al estornudo, se da cuenta que ha bañado la otra mano y los productos con una lluvia de micro-partículas de saliva y mucosa. Detengámonos aquí y pensemos en lo siguiente, cuando hablamos de coronavirus, ¿nos referimos unívocamente a un virus, a un enemigo, o a una enfermedad? Veamos a continuación estas tres concepciones sobre el coronavirus y su relación con la persona humana, evitando las profecías demagógicas sobre el fin o nuevo desarrollo del capitalismo.

I. Coronavirus y el cuerpo que nos subyace


Comencemos con la concepción científica del denominado coronavirus que actualmente se ha convertido en pandemia y que nos permite advertir parte del proceso orgánico e impersonal del cuerpo que somos. Eso que popularmente llamamos coronavirus es, en cuanto virus, un abiótico (no considerado un ser vivo), cuya principal función es reduplicarse en un organismo receptor. Este virus está recubierto por una cubierta lípida y un ARN, que es el que reduplica en un número de 10.000 a 100.000 en cada célula del receptor. La cubierta lípida se deshace con el jabón, evitando que el ARN entre en las células del receptor.


El denominado coronavirus es un brote de la familia de coronavirus y cuyo nombre específico es SARS-CoV2. La familia de coronavirus se puede encontrar en diferentes aves y murciélagos. Esta familia de coronavirus fue descubierta en aves de corral en la década de 1930. Los coronavirus suelen producir en animales enfermedades respiratorias, gastrointestinales, hepáticas y neurológicas. Afortunadamente, solo siete brotes de coronavirus afectan a los humanos. Estos últimos son los denominados coronavirus humanos (Human coronavirus, HCovs). Cuatro de ellos suelen provocar resfríos y los tres restantes (el SARS-CoV-1, el MERS y el SARS-CoV-2) han generado enfermedades graves. Muchas voces afirman que la propagación del coronavirus animal al humano se debe a la ingesta de fauna exótica, ya que la aparición de los brotes se circunscribe a los mercados de animales vivos en Asia, según informa Brenda L. Tesini (2020) en su artículo “Coronavirus y síndromes respiratorios agudos (COVID-19, MERS, SARS)”.


En 2002 se detectó el coronavirus SARS-CoV-1 en China, cuya enfermedad desatada es el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS), provocando insuficiencia respiratoria progresiva grave y mortal en una tasa del 10 %. Este brote de coronavirus afectó alrededor de 30 países, con 8.098 infectados, 774 fallecidos, aproximadamente entre 2002 y 2004.

En 2019 se detectó el brote de SARS-CoV-2, cuya enfermedad infecciosa se ha llamado COVID-19, según Ena y Wenzel en su artículo “Un nuevo coronavirus emerge” (2020). Los primeros casos de COVID-19 se relacionaron con el mercado de Wuhan en China, lo que sugiere que el virus se propagó de animales a humanos. Los síntomas del COVID-19, producidos por el SARS-CoV-2, son fiebre y fatiga, tos, falta de aliento, dificultad al respirar, dolores musculares.


Aunque la tasa de mortalidad del SARS-CoV-2 que genera el COVID-19 es menor al SARS-CoV-1, su poder de propagación es mayor. De ahí que ahora enfrentemos una pandemia a diferencia de lo ocurrido en 2002. En aquel entonces fueron menos de 10.000 infectados y casi 1.000 muertos en dos años; actualmente, en cambio, casi en medio año la cifra de infectados se acerca al millón y el número de muertos ronda los 50.000 casos, si bien la cifra de recuperados es de 203.000 a nivel mundial.


La escala de mortalidad varía, al parecer, según edad (enfermarían más adultos y ancianos que niños), sexo (se reportan más varones que mujeres, 2,8% frente a 1,7%), afecciones médicas preexistentes (pacientes inmunodeprimidos, con diabetes, asma, obesidad, patología cardio- o cerebrovascular) y, probablemente, la zona geográfica, por los niveles de oxígeno en el aire. A estos factores médicos, se suman, naturalmente factores sociales. De esta manera, el porcentaje de mortalidad aumenta cuando se estudia el impacto del nuevo coronavirus en países en desarrollo, según se puede apreciar en los datos del Centro de Recursos del Coronavirus de la Universidad Johns Hopkins. Este es el caso de Bolivia, en el que hasta la fecha (10 de mayo de 2020) hay 2.556 casos confirmados, 461 sospechosos, 9.115 descartados, 118 decesos y 273 recuperados, según cifras oficiales del Ministerio de Salud.


¿Qué llama la atención del nuevo coronavirus?


Todo organismo infectado por el SARS-CoV-2 se convierte en transmisor del virus. De este total, algunas personas no presentan síntomas entre los 2 y 15 primeros días, pudiendo enfermar de gravedad. Otro grupo de personas solo presentan síntomas leves que se confunden con un resfriado o gripe común. Un grupo reducido parecen ser asintomáticas casi por completo. Esto significa que, aunque una persona esté infectada por el SARS-CoV-2, puede no sufrir la enfermedad infecciosa llamada COVID-19 y, no obstante, toda persona infectada, sea o no asintomática, es un difusor o superdifusor del virus, entendiéndose por este último, a aquel “que transmite una infección a un número significativamente mayor de personas que un individuo infectado promedio” (Tesini, 2020).


Volvamos al mercado. Usted ha estornudado. Es probable que en lapso de 2 a 14 días haya aspirado las partículas expedidas de algún infectado, tocado alguna superficie contaminada y se haya llevado la mano al rostro, tal vez porque le escoció un ojo, o porque se llevó el celular cerca de la boca al contestar una llamada. El SARS-CoV-2 ha ingresado en su organismo y gracias a las proteínas que le dan forma de corona, el virus se acopla a las células epiteliales del pulmón o intestino, ingresando su ARN en el receptor y logrando que nuestro cuerpo, como organismo, se convierta en el productor de nuevas réplicas del virus, iniciando el COVID-19.


La respuesta de nuestro cuerpo, como organismo, se da en dos fases. Cuando el organismo reconoce el virus como patógeno, inicia la respuesta innata inespecífica, que es un intento de inhibir la infección y reduplicación del virus, por ejemplo, mediante producción de interferón (Montanuy, Alejo et. al., 2011), linfocitos que eliminan las células infectadas y una “tormenta de citoquinas” (de Francisco y Pérez Canga, 2020). Toda esta reacción orgánica se desarrolla sin que la conciencia perceptiva sienta el proceso. Después de 4 días o dos semanas recién el proceso orgánico se manifiesta en la dimensión propio-ceptiva  y perceptiva. Este proceso orgánico subyace a la dimensión propio-ceptiva consciente. Su efecto sensible es posterior y se manifiesta como tos, estornudos y fiebre. Cuando esa respuesta no ha sido suficiente, se activa la respuesta adaptativa específica al agente externo, que se desarrolla a lo largo de la vida de nuestro organismo, mejora con las exposiciones a diferentes patógenos y produce una memoria adaptativa. La inmunidad específica adaptativa produce anticuerpos que bloquean la unión y entrada del virus en las células del nuestro organismo. Este es el inicio de lo que en escala social se espera del organismo: la inmunidad de grupo, también conocida como inmunidad colectiva o "de rebaño", y que requiere que el 60% o 70% se haya infectado y recuperado, lo que implica una cifra alta de fallecidos.  


Toda esta reacción orgánica se desarrolla sin que la conciencia perceptiva sienta el proceso. Después de 4 días o dos semanas recién el proceso orgánico se manifiesta en la dimensión propio-ceptiva  y perceptiva. Este proceso orgánico subyace a la dimensión propio-ceptiva consciente.

Se ha propuesto que la gravedad del COVID-19 es causada por una reacción excesiva de estas respuestas inmunológicas, que terminan dañando el tejido celular alveolar en los pulmones, intestinos, riñones y corazón, con diferencias significativas según el individuo. En este sentido, se podría pensar que la muerte ocasionada por el COVID-19 se debe en parte a la frenética respuesta inmunológica de nuestro propio organismo subyacente a la percepción. Lo que trata de salvarnos sin control, se convierte en nuestro principal peligro. Sobre esta capacidad autoinmune se podría traer a colación lo escrito por Spinoza, que ella “(…) muestra bastante bien que el mismo cuerpo, por las solas leyes de su naturaleza, puede muchas cosas que su alma admira” (Ética, III, II, escol.). Este denominado "mismo cuerpo, [que actúa] por las solas leyes de su naturaleza" es nuestro organismo, el cuerpo que nos subyace.


Pensamos en el cuerpo orgánico como un cuerpo subyacente, que en el intersticio de tener y ser un cuerpo, se desarrolla en el proceso de relaciones pre-personales, no arbitrarias o involuntarias con el entorno, con el medio en el que vive.  En razón del cuerpo subyacente somos un ser vivo en relación con el entorno, por así decirlo, es como un nudo en la red de relaciones ecológicas con el medio ambiente. Los seres vivos pueden comprenderse como sistemas que cambian de forma y estructura a lo largo del tiempo y a medida que cambia su sustancia. Su preservación se muestra como una auto-organización, en la que el metabolismo, entendido como digestión en descomposición, nuevas síntesis y desecho, permite generación de propiedades "emergentes", que deben asegurar la vitalidad del organismo, tanto en sus partes como en el todo (Fuchs, 2017: 110-116). Esto último significa que un cuerpo se diferencia de su entorno por una relativa autonomía interior (relación de órganos, sistema de fluidos, temperatura, sistema de desechos, etc.) marcada por los bordes de una piel comunicante. Esto parece haber comprendido Varela como auto-poiético, un sistema que comprende los componentes que lo componen, continuamente auto-generado, mientras, que, por el contrario, estos componentes mantienen y regeneran constantemente el sistema general. En este sentido, la piel del organismo no es tanto una frontera que cierra, sino un medio de comunicación metabólica con el entorno, de tal manera que él es para el entorno y el entorno es para él.



La relación entre nuestro cuerpo subyacente y el denominado "coronavirus" o "COVID-19", mejor pensado desde esta primera concepción, no es un “enemigo” que haya que “derrotar”, sino un proceso orgánico que permite al cuerpo orgánico relacionarse de un nuevo modo con el medio en que vivimos. El virus no es un ser moralmente consciente que ofrece un castigo o recompensa, sino un ser abiótico con capacidad de reproducción constante mediante reduplicación en un huésped. La relación entre el virus y nuestro cuerpo subyacente no tiene, en la primera dimensión aquí abordada, ninguna mediación por formas de representación consciente, sino la de una esfera de relaciones metabólicas. Así como el recién nacido se organiza para asimilar el oxígeno del aire de una manera abrupta, también el cuerpo que nos subyace busca responder ante un nuevo virus antes desconocido para sus sistema metabólico. De ahí su respuesta descontrolada y peligrosa para el paciente.  


En este sentido, se podría pensar que la muerte ocasionada por el COVID-19 se debe en parte a la frenética respuesta inmunológica de nuestro propio organismo subyacente a la percepción. Lo que trata de salvarnos sin control, se convierte en nuestro principal peligro.


Todo el proceso de contagio, infección y recuperación o muerte se desarrolla en un nivel pre-personal o impersonal, fuera de las peripecias de la voluntad, se desarrolla en nuestro organismo, es decir, en el cuerpo que nos subyace; pero el proceso de la enfermedad afecta al cuerpo sentido, al cuerpo que somos y tenemos mediado por tensiones afectivas y de representación socialmente mediada (Leer la tercera parte de este texto). Todo el mundo social, cultural y político se asienta en la fortaleza y vulnerabilidad de nuestro organismo en relación ecológica (Fuchs, 2017), de especificación mutua o co-determinada (Varela, et. al., 2011) con su medio y este medio no es un escenario estático, sino uno dinámico, en cuyos cambios de medianamente estables, siempre cabe el riesgo de un cambio brusco. El cuerpo que nos subyace es un organismo pre-personal, que se desarrolla en relaciones impersonales que  “dialoga” con su medio, gracias a su historia de acoplamientos, a través de múltiples niveles de sensación y movimiento interconectadas (Varela, et. al., 2011), como “una colección de directrices operativas que deben seguirse para que el organismo alcance sus metas” (homeostasis) (Damasio, 2010: 97).



Este "mismo cuerpo, [que actúa] por las solas leyes de su naturaleza" es nuestro organismo, el cuerpo que nos subyace. El denominado coronavirus, desde esta primera concepción, no es un “enemigo” que haya que “derrotar”, sino un proceso orgánico que permite al cuerpo que somos acoplarse de un nuevo modo al medio en que vivimos.

Es indudable que el ritmo de vida capitalista nos ha alejado del cuidado del nuestro organismo, del cuerpo que nos subyace, en relación con su medio, favoreciendo prácticas orientadas al éxito económico (niveles de estrés y sobre-exigencia laboral insanas, condiciones laborales insalubres), la mala alimentación (manipulación genética), la destrucción extractiva del medio ambiente (tala de bosques, fracking). Tampoco se puede dudar que ciertos regímenes apoyados en concepciones milenaristas han permitido la caza y explotación animal articulándola con la sobreproducción insalubre de animales, además de rechazar criterios científicos para el cuidado de la salud, generando un contexto propicio para el desarrollo de pandemias. Toda la explotación del medio en que vivimos repercute de manera constante en el cuerpo que somos, pues hay una ecología inquebrantable entre el medio y nuestro organismo. Sin lugar a dudas, la proliferación del SARS-CoV-2 pone en dudas el ritmo de vida que se ha estado desarrollando en las principales potencias mundiales y que se ha impuesto directa o indirectamente en otros países mediante la globalización. Ahora podemos reconocernos unos a otros como organismos en interacción con un medio global, ahora podemos sentirnos a flor de piel el cuerpo que nos subyace.




El estornudo y la tos como acto involuntario son una expresión de nuestro organismo y de los múltiples procesos impersonales (o en tercera persona) que se desarrollan por debajo de nuestra vida racional. El crecimiento de nuestro cuerpo, el envejecimiento, la risa, el llanto, la absorción de alimentos se producen “en nosotros”, en el cuerpo que somos. El modo de vida contemporáneo nos conduce a alejarnos de todos esos procesos básicos de nuestra vitalidad y vulnerabilidad para atender con mayor ahínco a aspectos de nuestra identidad familiar, social, cultural y política. Uno de los males de la cultura contemporánea consiste en asumir que el individuo humano no es más que el conjunto de identidades relativas que asume en relación con las instituciones de su sociedad, olvidando que no dejamos de ser en ningún momento de nuestra existencia un cuerpo, es decir, un organismo.


Es probable que la persona que le contagió solo tuvo un resfrío leve y consideró que ni siquiera era necesario ir al médico. Bastó con que tome algún antigripal para alivianar los síntomas o algún remedio casero para despreocuparse de la posibilidad de contagiar a otros y que usted y él hayan hablado a menos de un metro o hayan tocado la misma superficie. Ahora usted acaba de estornudar y probablemente haya contagiado a la señora de la venta y a las personas que vayan a tocar sin precaución los productos. Tras estornudar es difícil decir, si por la vergüenza o por la reacción de su sistema inmune, usted siente su cuerpo más caliente. A no dudarlo, gracias a ese cuerpo que somos, tenemos también un cuerpo. Somos y tenemos un cuerpo.


Ha estornudado, abre los ojos y ahora usted sonríe nerviosamente, tratando de manejar el cuerpo que tiene a partir del cuerpo que es, y dice algo, casi sin pensar, como para salir del paso. No obstante, no puede evitar las miradas de desconfianza. Estas se surgen de la segunda concepción del coronavirus como “enemigo”, de eso que “está allí y avanza”, como dijo el presidente Macron y otros más. Esta metáfora política del COVID-19 como el “enemigo de guerra” la abordaremos en la siguiente parte de este artículo. Por lo pronto, nos basta con preguntar, ¿ha cuidado usted lo suficiente de su organismo?


¿Desea citar este texto?

Mercado, M. (Fecha de visita). COVID-19. Vulnerabilidad y responsabilidad (Primera parte: Coronavirus y el cuerpo que nos subyace). [Blog: En carne Propia]. Recuperado de https://martinmercadov.wixsite.com/encarnepropia/post/covid-19-vulnerabilidad-y-responsabilidad-primera-parte



(1) Agradezco los comentarios de Erick Fernández y Lucía Rothe a la primera versión del presente artículo.


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